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Unas 37 500 personas como promedio asisten cada mes a la sala de restauración neurológica y rehabilitación en la Isla de la Juventud que incluye baños en las aguas termales de Santa Fe.

La muerte de Auki Himairo no fue bien vista por los dioses y estos concedieron vida eterna al joven al convertir su cuerpo en surtidor con propiedades curativas, según narró la historia en 1776 Alexandre Olivier Esquemeling.
El médico de corsario al conocer el prodigio, que fue noticia en el Caribe contó lo ocurrido a Auki Himairo, quien negado a masacrar a otras tribus de Cuba desobedeció el mandato de la suya, que lo había enviado como capitán al frente de una expedición guerrera.
Acusado de traidor fue ultimado por su propio padre el cacique Takamena, quien lo abandonó  yerto a orillas del río, donde lo encontraron manos amigas que al tratar levantarlo vieron cómo el cadáver se transfiguró en manantial de agua cálida y cristalina.
Esquemeling también hizo alusión a los beneficios de esta fuente de agua, bautizada por los españoles en 1870 como Santa Rita, emanada del cuerpo de un hijo de la Siguanea, uno de los primeros toponímicos de la hoy Isla de la Juventud.
Otros galenos cubanos como Ramón Piña y Pezuela (1849), José de la Luz Hernández (1857) y Manuel Negro y Fernández corroboraron lo afirmado por el aventurero inglés, el agua es efectiva en enfermedades venéreas, hepáticas, digestivas, pulmonares y epidérmicas entre otras.
Todavía Auki Himairo beneficia a quienes, procedentes de diferentes latitudes del planeta y de Cuba  llegan hasta La Fe, a unos 16 kilómetros de Nueva Gerona a recobrar su salud bebiendo o bañándose en el cálido surtidor con propiedades curativas.

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Dice la voz popular que residentes de la Siguanea muchas veces se han espantado por la presencia de luces fluorescentes o el quejido lúgubre de quienes quizás fueron ultimados por arcabuces o desangrados a causa del ataque de los cocodrilos Rhombifer.

La Siguanea, localizada en el suroeste de la Isla de la Juventud, a 42 kilómetros de Nueva Gerona, oculta el más preciado patrimonio de los piratas, que operaban en esta parte del Caribe antillano, hasta inicios del siglo XIX.
Ellos desde su condición espectral cuidan con celo sus bien preciados trofeos, algunos hoy en las aguas profundas de la ensenada o bajo las raíces de la enmarañada vegetación del lugar, donde no pocos murieron luego del enterramiento de los botines.
Dicen los residentes de la zona que muchas veces se han espantado por la presencia de luces fluorescentes o el quejido lúgubre de quienes quizás fueron ultimados por arcabuces o desangrados a causa del ataque de los cocodrilos rhombifer.
También es fácil inferir la posible existencia de buques sumergidos, hoy cubiertos de corales, en especial desde la Punta de Los Indios hasta la de Cabo Francés, a más de 300 años de los enfrentamientos entre los bandidos del mar y las flotas inglesas, francesas o españolas.
Además cuenta la historia oral que en los años ’40 de la pasada centuria naves con bandera de Estados Unidos extrajeron del fondo de la bahía  parte del patrimonio oculto en las embarcaciones hundidas, durante los ya referidos combates.
Testimonios publicados en la revista Isla de Pinos de 1930, llaman la atención sobre el hallazgo de un tesoro, cuyo valor ascendía a unos 20 millones de pesos en la zona de la Siguanea, del cual se apoderó Mister Calvers, norteamericano, capataz de la mina Lola, del citado lugar.
No obstante algunos aseguran no poder llegar hasta ese patrimonio oculto en la Siguanea porque lo custodian con celo los espíritus del irlandés O’Donnell y  de los franceses Jean Latrobe, Jean Laffite y Francis Lecler, el tercer Pata de Palo conocido por estos mares.

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