La ensenada de La Siguanea, ubicada en el suroeste de la Isla de la Juventud, es un lugar envuelto en misterio y leyendas. Este vasto paraje, entre ríos y manglares, oculta historias de sangrientos combates y tesoros enterrados por corsarios y piratas que surcaron el Caribe.
Dice la voz popular que los espectros de aquellos bandidos del mar protegen celosamente sus botines, utilizando trampas diabólicas para evitar que los caza fortunas los encuentren en las profundidades marinas o entre las raíces de los manglares, donde se supone, además, reposen en los restos mortales de esos forajidos, tras esconder sus riquezas.
Fue esta bahía refugio de marineros ingleses, franceses y holandeses, quienes carenaban sus navíos y aprovechaban los recursos naturales de la zona. Entre ellos, Henry Morgan, el galés que lideró los ataques ingleses contra las posesiones españolas en el mar Caribe.
También el sitio fue escenario de batallas navales, como la protagonizada por la flota de Francis Drake en su enfrentamiento a la Armada española en 1596.
Actualmente, más allá de las leyendas transmitidas de generación a generación, se cree que en las márgenes de la rada aún se oculta un cuantioso tesoro robado por el corsario francés Jean Latrove a un navío español, proveniente de Cartagena de Indias poco antes de ser apresado y de su muerte, sin revelar el paradero de la enorme fortuna.
Como parte del folclore local, igualmente sobreviven en el imaginario popular las historias de luces espectrales y lamentos lúgubres de quienes fueron asesinados durante los siglos del XVI al XIX, tras enterrar su botín o devorados por cocodrilos, en la amplia extensión que abarca desde la Punta de Los Indios hasta Punta Francés.
Pero este paraje descubre al ojo humano prolífica flora y fauna, con especies endémicas como el manatí, que hacen de este lugar un sitio paradisiaco donde la naturaleza se enseñorea, para atenuar en la memoria el impacto de un pasado sangriento.